martes, 13 de abril de 2010

El silencio de la Iglesia


Acostumbrada a opinar sobre todos los temas de actualidad, muchos de ellos fuera de su competencia, la Iglesia calla ante las numerosas acusaciones por pederastia hacia algunos de sus sacerdotes. Esta actitud, unida a su pasividad para hacer frente a estos casos de una forma coherente y eficaz le está causando una oleada de críticas que ha puesto en alerta hasta al mismísimo Papa, quien lejos de implicarse en su erradicación ha optado desde un principio por una retirada cobarde y sospechosa.

La Iglesia está escogiendo el camino equivocado del mismo modo que lo ha hecho tantas otras veces. No obstante, no debemos caer en el error de generalizar a la hora de emitir críticas o pareceres, pues estos no abarcan al conjunto de la sociedad, y debemos centrarnos en casa caso de forma particular juzgándolo con independencia del grupo al que pudiera pertenecer. No todos los curas son malos, como no lo son todos los padres o profesores. Son personas concretas que han actuado de una determinada forma y por la que tendrán que responder ante la justicia. El problema surge cuando es la propia organización quien oculta los hechos ocurridos o, en el caso de reconocerlos, siempre achaca la responsabilidad a los demás. Ayer, Federico Lombardi, portavoz del Vaticano, aseguró que la pederastia está muy relacionada con la homosexualidad y que este el principal factor para llevar a cabo estos actos. También aseguró que en los casos donde la Iglesia no da a conocer los hechos a la justicia es porque "hay países donde la justicia obliga a denunciar los delitos a la justicia civil y otros en los que no".

El modus operandi llevado a cabo por esta organización suele coincidir en la mayoría de los casos. Una vez que tiene constancia del suceso se limita a realizar un traslado de residencia del personaje en cuestión (en el caso de España, EEUU suele ser un destino muy frecuente) guardando silencio sobre los actos llevados a cabo por este. Solo en ciertos casos, y cuando la gravedad no deja otra salida, puede recomendar la supervisión de un especialista, pero nunca se produce una retirada de su ejercicio. Esta actitud es muy grave puesto que un traslado no soluciona el problema sino que suele ocasionar un agravamiento de este.

En este punto todos tenemos mucho que hacer. Debemos criticar con dureza, incluso con exaltación, estas prácticas habituales en la Iglesia y que tanto daño hacen a la sociedad. No podemos permanecer callados ante estas injusticias y ante estas lacras existentes en una organización a la que siempre se le ha permitido realizar unos actos tan poco morales como justos.

Javier Perellón Sabiote

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